Comentarios sobre Cerfructus de Eduardo Stupía



He seguido con particular atención la obra gráfica y dibujística de Liliana Menéndez, una artista de enorme valía y extensas capacidades, cuya obra además se ve enriquecida por la virtud muy poco común de investigar en lo semántico sin perder frescura ni audacia.
La artista opera sobre el signo con la actitud de quién se desmarca permanentemente de cualquier circunscripción conceptual, aprovechando el poderoso caudal técnico que evidencia en el manejo sensible del trazo y la línea para ir más allá de la mera elegancia y eficacia expresivas, expandiendo constantemente el territorio de sus indefinibles ideogramas.
En ella, y según una tradición que puede suponerse de índole mixta, entre la caligrafía, la abstracción proto – orgánica, el dibujo ornamental y la improvisación gestual, todo es parte de un sorprendente y fértil aparato de invención y resonancias, donde aún el ojo más entrenado para detectar o sospechar el sentido lingüístico del sistema vacila saludablemente y se pierde, o se deja llevar gozosamente por ese laberinto de refinadas floraciones.
En ese sentido, Menéndez se instala en el proteico y disputado universo del arte contemporáneo con un sentido de la complejidad y de la investigación muy poco habituales, sobre todo porque practica su disciplinada elucubración con el espíritu abierto a la más sana y deseable experimentalidad formal.
Liliana Menéndez es una artista fecunda, seria, diáfana, y sanamente influyente en su medio, tanto en los efectos de su propia obra, como en su permanente presencia como modelo de práctica y pensamiento. 

                                                                                                       Eduardo Stupía

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